Budismo ¿Qué es la impermanencia?

Impermanencia Budismo

La impermanencia es quizás uno de los conceptos más importantes dentro de las enseñanzas del Buda. Entender este principio puede cambiar radicalmente nuestra perspectiva de la realidad y la forma en que nos relacionamos con el mundo. Pero, ¿en qué consiste exactamente? ¿Cómo afecta a nuestra existencia? Analicemos con detalle este tema.

La impermanencia como flujo constante

Todo se encuentra en movimiento perpetuo. Desde las galaxias hasta las diminutas partículas subatómicas, no hay cosa, ser o fenómeno que perdure eternamente igual a sí mismo. Como decía Heráclito, "ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río". Cuando volvemos a introducirnos en sus aguas, ni el río ni nosotros somos los mismos.

Esta visión dinámica y cambiante de la realidad es una de las piedras angulares del budismo. Nada es estático, todo surge, permanece durante un tiempo y finalmente cesa. Somos procesos, no entidades fijas. Y si observamos con atención, percibiremos este incesante devenir a cada instante.

La impermanencia y el apego egoísta

Aceptemos un momento esta vertiginosa danza de la existencia. Si nada perdura, ¿dónde quedan aquellas cosas, personas o situaciones a las que tanto nos aferramos? Ese afán posesivo por retener lo agradable y alejar lo desagradable, ¿no demuestra ser completamente fútil a la luz de la impermanencia?

Sin embargo, nos empeñamos obstinadamente en lo contrario. Nos apegamos a los placeres fugaces, sufrimos con la pérdida de lo que apreciamos y en general vivimos esclavizados por un egoísmo miope incapaz de reconocer el constante fluir de los acontecimientos. Y este intento imposible de frenar lo incontenible es precisamente la raíz del dolor humano.

Aceptación serena de la impermanencia

La solución que plantea el budismo es sencilla, pero nada fácil de poner en práctica: aceptar pacíficamente el hecho ineludible del cambio. Soltar el ansia de control y permanencia para fluir con la corriente de las cosas.

¿Qué nos permite esto? Disfrutar el presente, sin la angustia de aferrarnos compulsivamente a cada experiencia por temor a que desaparezcan. Nos abre todo un mundo a la alegría despreocupada del niño que juega con burbujas de jabón. Pero siempre estando consciente de la fragilidad del momento pero maravillado por su belleza efímera. Esa es la clave.

La impermanencia como oportunidad espiritual

Más que una amenaza temible, los maestros budistas ven en la impermanencia una posibilidad única de crecimiento. Al no dar nada por sentado, se nos invita a valorar cada momento como un regalo. Cuando no sabemos si volveremos a ver a un ser querido o a repetir cierta vivencia grata, ese encuentro o esa situación adquieren una preciosidad especial.

Además, la changeabilidad inherente a los fenómenos se presenta como una puerta abierta al despertar. Si nada es estático, quiere decir que podemos transformarnos, superar el sufrimiento e iluminar nuestra verdadera naturaleza. La impermanencia es, en ese sentido, una fuente permanente de esperanza.

La impermanencia y el sentido de urgencia

Los textos budistas suelen recurrir a imágenes poéticas para plasmar la fugacidad de la existencia. Se habla de la vida como un relámpago que brilla por un instante en el cielo, una burbuja que emerge del mar para estallar segundos después o el breve destello de una luciérnaga en la noche.

Si, sabemos que estas metáforas nos recuerdan dolorosamente lo efímero de nuestro paso por este mundo. Considerando la rapidez con que se desvanece todo cuando miramos en retrospectiva, no hay tiempo que perder. Debemos aprovechar intensamente el ahora, aplicarnos con energía en el camino espiritual. Ese es el sentido de urgencia que emerge de la comprensión profunda de la impermanencia.

Una invitación al despertar

Esta visión dinámica e imperecedera de los fenómenos constituye uno de los ejes centrales del budismo. Lejos de representar un motivo de aflicción, la impermanencia se revela como una poderosa herramienta de crecimiento personal y uno de los principales catalizadores del proceso de iluminación.

Al aceptar serenamente el cambio, en nosotros mismos y en todo lo que nos rodea, podemos soltar apegos nocivos, conectar más profundamente con el momento presente y encauzar nuestra energía vital hacia metas espirituales trascendentes. Ésa es la promesa liberadora que encierra este sencillo pero profundo principio budista.